Creo que la mejor manera de resumir lo que llevo de año es echándole un vistazo a este blog:
4 entradas desde que empezó el año...
Nada más que decir...
jueves, 20 de agosto de 2015
A TI, QUE NO ME LEES, QUE YA NO ESTÁS, PERO ESTÁS...
Hoy me he acordado de ti, sí, de ti. Seguro que si lees esto, te reconocerás como la diana de mis palabras.
El problema es...otro pequeño problema...No creo que lo llegues a leer. No creo ni siquiera que conozcas la existencia de este espacio. Ni que hayas visitado mi pequeño rincón alguna vez...Incluso puedo llegar a pensar que me has olvidado...Que ya no ocupo ninguna neurona en tu cerebro. Supongo que mi nombre lo recuerdas porque te es familiar, pero...¿el resto?
Y hoy, aunque tu recuerdo me visita con frecuencia, me atrevo a preguntarte: ¿Por qué? Como el perro aparcado en la cuneta por unas vacaciones en el mar, así me he sentido mucho tiempo. Quizá aún...Reconozco ese dolor agudo, pero movedizo, que cambia de lugar: unas veces aprieta el pecho, otras la garganta, los ojos, el estómago...¿Por qué de esa manera? La conjunción voz-lenguaje sirve para comunicar, ¿no? ¿No merecía ser informada de esa decisión? ¿En tan poca estima me tenías que preferiste callar, ignorar, pasar...? No creo que sea justo, pero...quién dijo que la vida tenía que ser justa? Hoy quiero quejarme, indignarme, maldecir, llorar. Hoy me gustaría que el duelo hubiese acabado, pero es difícil dejar de vestir de negro cuando no sabes las causas de las pérdidas.
No hacía falta perderte para saber lo que tenía. Cuando tú estabas, mi pecho se calmaba. Sabía que estabas ahí, simplemente...quizá era eso: tenía que aprender a desapegarme, aprender a sentirme un poquito más sola en el universo...Suena cursi, pero es así. La soledad se ha agarrado a mí y no hay manera de soltarla, como una pulga. Lleva incrustado tu nombre y el de otras personas y cosas que he ido perdiendo por el camino más reciente: migajas de pan desaparecidas que lo han ido borrando. Quizá deba empezar a construir uno nuevo...Quizá sean las últimas horas de duelo...
El problema es...otro pequeño problema...No creo que lo llegues a leer. No creo ni siquiera que conozcas la existencia de este espacio. Ni que hayas visitado mi pequeño rincón alguna vez...Incluso puedo llegar a pensar que me has olvidado...Que ya no ocupo ninguna neurona en tu cerebro. Supongo que mi nombre lo recuerdas porque te es familiar, pero...¿el resto?
Y hoy, aunque tu recuerdo me visita con frecuencia, me atrevo a preguntarte: ¿Por qué? Como el perro aparcado en la cuneta por unas vacaciones en el mar, así me he sentido mucho tiempo. Quizá aún...Reconozco ese dolor agudo, pero movedizo, que cambia de lugar: unas veces aprieta el pecho, otras la garganta, los ojos, el estómago...¿Por qué de esa manera? La conjunción voz-lenguaje sirve para comunicar, ¿no? ¿No merecía ser informada de esa decisión? ¿En tan poca estima me tenías que preferiste callar, ignorar, pasar...? No creo que sea justo, pero...quién dijo que la vida tenía que ser justa? Hoy quiero quejarme, indignarme, maldecir, llorar. Hoy me gustaría que el duelo hubiese acabado, pero es difícil dejar de vestir de negro cuando no sabes las causas de las pérdidas.
No hacía falta perderte para saber lo que tenía. Cuando tú estabas, mi pecho se calmaba. Sabía que estabas ahí, simplemente...quizá era eso: tenía que aprender a desapegarme, aprender a sentirme un poquito más sola en el universo...Suena cursi, pero es así. La soledad se ha agarrado a mí y no hay manera de soltarla, como una pulga. Lleva incrustado tu nombre y el de otras personas y cosas que he ido perdiendo por el camino más reciente: migajas de pan desaparecidas que lo han ido borrando. Quizá deba empezar a construir uno nuevo...Quizá sean las últimas horas de duelo...
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