Sangrar duele. A veces, mucho. Dependerá de la magnitud de la herida, pero duele. Si el reguero de sangre se corta pronto, esa pequeña molestia se olvida rápidamente. Otras veces, sin embargo, se convierte en fuente que emana litros y litros, compuesta por miles de grifos por los que brota nueva savia roja...
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