domingo, 13 de abril de 2014

MALOS Y BUENOS

A los malos es fácil reconocerlos, saber de qué pierna cojean, señalarlos...Es lo bueno que tienen: que su turbia transparencia es notable para todos. No te pueden sorprender o decepcionar porque, de entrada, no esperas nada de ellos. Quizá les falten las verrugas en la barbilla o los pelos encrespados y sin brillo; o esa risa grave, carente de espontaneidad...Estos son los malos, al menos, los de las historias mal estructuradas, torpemente guionizadas, como la nuestra.  Todo está tan estereotipado que es fácil organizarlo todo en dos grupos: los buenos y los malos...

El problema viene cuando los caminos se bifurcan, los grupos se amplían y se crean más subgrupos. Los buenos empiezan a cambiar: primero quizá venga el ritmo al caminar; luego, la mirada, la manera de toser, la ropa...Se transforman, pero siguen conservando una imagen parecida, como los lagartos de V: visten una capa que esconde la sangre que fluye por dentro, que mutó la temperatura y se empezó a congelar. Buenos cada vez más malos y malos cada vez más indiferentes. Pero este cambio sí pica como tirón de orejas, como empujón de primo gordo, como cachetazo de amiga celosa. Porque nadie imagina que el cerdito trabajador pueda traicionar a sus hermanos cambiando el final del cuento. Y estos...lo hacen.

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